
A veces, los conflictos más profundos no nacen de grandes hechos, sino de años de silencios, malentendidos y expectativas no expresadas. Esta es la historia de Carmen y Lucía (nombres ficticios), madre e hija que, tras años de distanciamiento emocional, decidieron acudir a mediación para intentar sanar su relación.
El conflicto
Lucía, de 32 años, llevaba tiempo sintiéndose juzgada por su madre. Carmen, por su parte, no entendía por qué su hija se alejaba cada vez más. Las conversaciones eran tensas, llenas de reproches velados y silencios incómodos. La relación se había vuelto casi inexistente.
Fue Lucía quien propuso la mediación. Carmen aceptó con escepticismo, pero con el deseo de recuperar a su hija.
La primera sesión
Ambas llegaron con emociones contenidas. Intente crear un espacio seguro donde cada una pudo hablar sin interrupciones. Lucía expresó que sentía que nunca era suficiente para su madre. Carmen, sorprendida, confesó que solo quería lo mejor para ella, pero no sabía cómo expresarlo sin parecer crítica.
El proceso
Durante las sesiones, trabajamos en:
- Reconocer las heridas del pasado sin quedarse atrapadas en ellas.
- Aprender a expresar necesidades y límites sin herir.
- Reformular la relación desde la adultez, no desde el rol madre-niña.
Como siempre hago les propongo ejercicios, como escribir una carta desde el punto de vista de la otra, y compartir recuerdos positivos de su relación.
El cambio
Poco a poco, Carmen y Lucía comenzaron a verse con más compasión. Aprendieron a hablar desde el “yo siento” en lugar del “tú haces”. Carmen entendió que su hija necesitaba autonomía, y Lucía comprendió que su madre también tenía sus propias heridas.
Hoy, se ven con frecuencia, hablan con más honestidad y han recuperado la confianza. No todo es perfecto, pero ahora tienen herramientas para afrontar los desacuerdos sin romper el vínculo.
Reflexión final
La mediación no borra el pasado, pero puede abrir caminos hacia un futuro más sano y consciente. En relaciones familiares, a veces lo más valiente no es alejarse, sino atreverse a reconstruir.
Cada uno tiene sus propias posiciones, intereses y necesidades, pero llegando a estas últimas y gestionándolas bien, se pueden conseguir acuerdos o buenos resultados.
Gracias
José A. Veiga