
Voy a intentar resumir de la mejor manera posible, casos que han pasado por mi despacho, con solución o no, pero siempre viendo el poder que tiene la mediación en las relaciones familiares. Serán una serie de post donde expondré a grandes rasgos que conflicto tenían, como llegaron y como les pudo ayudar la mediación.
A veces, lo que parece el final es solo el comienzo de una nueva forma de entenderse. Esta es la historia de Laura y Marcos (nombres ficticios), una pareja que, tras 15 años de matrimonio y dos hijos en común, llegó al borde de la separación. Pero gracias a la mediación familiar, encontraron una nueva manera de convivir, comunicarse y respetarse.
El conflicto
Laura y Marcos llevaban meses discutiendo por todo: la educación de los hijos, las tareas del hogar, el uso del dinero, e incluso el tiempo libre. La tensión era constante y ambos sentían que ya no se entendían. Habían intentado hablar, pero cada conversación terminaba en reproches o silencios dolorosos.
Cuando Laura propuso la mediación, Marcos dudó. “¿Para qué hablar con un desconocido?”, pensó. Pero aceptó, más por los hijos que por él mismo.
La primera sesión
En la primera sesión, ambos llegaron tensos. Se les explicó que el papel del mediador no era juzgar ni tomar partido, sino facilitar el diálogo. Se les pidió que hablaran uno a la vez, sin interrupciones, y que intentaran escuchar con atención.
Por primera vez en mucho tiempo, Laura pudo expresar cómo se sentía sin ser interrumpida. Marcos, al escucharla, se dio cuenta de que muchas de sus acciones eran malinterpretadas. Y viceversa.
El proceso
Durante varias sesiones, trabajaron en:
- Identificar los verdaderos problemas (no era solo “quién lava los platos”, sino sentirse valorado).
- Aprender a comunicarse sin herirse.
- Establecer acuerdos concretos sobre la crianza, el dinero y el tiempo en pareja.
Se les propuso ejercicios para casa, como escribir una carta al otro expresando gratitud, o tener una “reunión de pareja” semanal sin móviles ni distracciones.
El cambio
No fue mágico ni inmediato. Pero poco a poco, Laura y Marcos comenzaron a verse con otros ojos. Aprendieron a negociar sin pelear, a escuchar sin defenderse, y a reconocer sus errores sin culpas.
Hoy, un año después, siguen juntos. No como antes, sino diferente: con más conciencia, respeto y herramientas para afrontar los conflictos.
Reflexión final
La mediación no siempre salva relaciones, pero siempre ofrece una oportunidad para entenderse mejor. A veces, eso basta para reconstruir lo que parecía roto.
Tiene la mediación un efecto terapéutico, sin dudarlo creo que sí, sin meternos en la terapia.
Saludos
José A. Veiga