
«Lo lamento, ha sido culpa mía, quisiera arreglarlo…», estas palabras en mi última mediación me ha hecho pensar para poder escribir sobre el perdón.
Palabras sencillas de pronunciar tras haber metido la pata y que nos supone un gran esfuerzo pronunciar. Pero hacerlo debería tener un componente liberador.
Pedir perdón no es fácil para muchas personas y en ello pueden influir varias razones. La más común es que pensamos que en parte tenemos o llevamos razón y no queremos ceder en nuestra posición. Otras veces es la vergüenza la que impide que demos ese paso importante, incluso el no dar nuestro brazo a torcer.
Esa dificultad de presentar excusas es muchas veces mayor frente a familiares, amigos que a otros menos apegados. Es tan sencillo como que al quererlos nos duele más, no nos resulta indiferente. Por eso en las sesiones de mediación cuesta tanto escuchar esas palabras de perdón.
Pero no siempre es así, hay personas que piden perdón de modo sincero con mucha facilidad, sin que les suponga esfuerzo. El que solicita disculpas experimenta una gran liberación y el que las recibe se siente aceptado, comprendido, aliviado…
Pero… ¿Qué sucede cuando se pide perdón para salir del paso, para tapar el error, pero no se siente realmente?, un falso perdón. No lo sienten, por lo que con él no experimentan el mayor beneficio: desprenderse de la emoción negativa que genera el recuerdo del daño; esa petición de perdón lleva un mensaje oculto de poder, de querer mover las necesidades de la otra parte.
A veces el trastorno que se ha causado no se puede reparar, al menos, de manera inmediata. Pero reconocer sinceramente la equivocación sigue siendo necesario.
A quien le cuesta decir «lo siento» puede preferir sustituirlo por explicaciones para hacer entender su punto de vista. En estos casos suele ser más efectivo decir cómo nos sentimos al hacerlo, qué situaciones pudieron llevarnos a comportarnos así y que repercusiones emocionales tuvimos.
La fórmula adecuada para pedir perdón es hacerlo, sin duda alguna de forma sincera, empatizando con la persona a la que se ha herido y ajustando las expectativas a la posible reacción que pueda tener la otra parte.
Eso es lo difícil para los mediadores, detectar qué tipo de perdón se esta poniendo encima de la mesa de la mediación. ¿Es real? ¿falsas excusas? ¿Explicaciones excesivas?.
Y saber gestionar las reacciones de la otra parte a la petición del perdón… cuidado no se pierda el equilibrio emocional de la sesión de mediación. Muchos perdones pueden ser «juegos emocionales»… mantengamos nuestra imparcialidad sea cual sea la reacción, las palabras o los acontecimientos…
En cualquier caso, perdonar no quiere decir restaurar la relación con el perpetrador, ni olvidar el agravio recibido, sino que se avanza más allá del dolor, rehaciendo su vida sin estar anclados al pasado. Esa sería muy buena opción para las sesiones de mediación.
No nos dejemos influir por una petición de perdón, ni tampoco la dejemos pasar por alto.
Es habitual que relacionemos perdón con reconciliación. Una reconciliación es un proceso interpersonal que implica reestablecer o reparar una relación en la que el agraviado reconstruye la confianza perdida y el perpetrador reconoce los errores cometidos y toma medidas para corregir o enmendar el daño causado. ¿Y cuándo no es así?
Pedir perdón: «¿debilidad o fortaleza?». Perdonar no significa olvidar, sino aceptar lo que pasó sin que duela.
Reflexionemos como actuamos nosotros al pedir perdón, y luego, cuando nos pongamos el traje de mediadores, estemos preparados para cualquier situación «de perdón».
Gracias por leerme.
José Antonio.