Padres helicópteros y niños altar.

Este es un post diferente a los que normalmente escribo como mediador, no debo olvidar que soy educador, profesor de secundaria y convivo con adolescentes.

“Padres helicóptero” y “niños altar”: criar con respeto también es enseñar a tolerar la frustración. (Clarín, 2021)

Niños que se caracterizan por la baja tolerancia a la frustración. Padres ansiosos que sobrevuelan todo el tiempo a sus hijos.

Muchos expertos señalan que estamos ante una “generación de cristal” de niños hiperprotegidos y, al mismo tiempo, hiperexigidos que, en consecuencia, no poseen tolerancia a la frustración, lo que los condena a una posterior baja autoestima al no contar con las herramientas básicas para salir adelante por sí solos en la vida.

Necesitamos ayudarlos a aprender a evaluar las consecuencias de sus acciones en el mediano y largo plazo, pero para ello, debemos darles el espacio necesario para que dichas acciones tengan lugar primero, para que exista una genuina toma de decisiones de su parte.

Los niños son por lo general impacientes y lo quieren todo ya, y es normal, es lo que han vivido. Pero es nuestra labor permitirles desarrollar su autocontrol y experimentar las consecuencias de sus actos si queremos que en el futuro escapen de la tiranía de la gratificación instantánea y que no sean rehenes de sus emociones ni tiren la toalla al primer obstáculo, y no se frustren.


No se trata de entrenar la tolerancia a la frustración a base de no dar cabida a sus pedidos de ayuda, de dejarlos solos, de ignorarlos ni mucho menos de dejarlos correr peligro. Se trata de no terminarle los deberes, de no cargar la mochila por ellos, de no ceder ante cualquier capricho sólo para que dejen de llorar, etc. Ni blanco ni negro.

Empatía, pero con límites claros. Cuidarlos, pero dándoles espacio para crecer. Aconsejarlos, pero permitiéndoles la prueba y error y, sobre todo, inculcándoles que la única consecuencia del error es, en realidad, la experiencia.

Las épocas han cambiado tanto que los padres hoy día repetimos a diario la enorme diferencia con “los tiempos de antes” en los que de chicos éramos responsables de miles de cosas que los chicos de hoy día no y no les dejamos hacer.

Mientras que los grupos de WhatsApp de padres del cole se llenan de mensajes de unos a otros preguntando qué había que hacer de tarea para hoy como si la tarea fuese de ellos y los padres se sienten evaluados, calificados y cuando está mal el ejercicio que se han pasado, todos sus hijos tienen el mismo fallo en los deberes y ninguno es responsable.

Nadie desconoce que muchos de los cambios que ha sufrido culturalmente la paternidad en las últimas décadas han sido sumamente positivos, mostrando una mirada muchísimo más informada, empática y respetuosa para con los niños.

Pero también es cierto que hoy día existe en los padres la duda de si no se nos habrá ido la mano en algunas cosas, de hasta dónde intervenir, cuidar y proteger a nuestros hijos y sobre todo, cómo hacerlo sin caer en una sobreprotección abrumadora que produce niños incapaces de tomar decisiones, de tener iniciativa propia o de volver a empezar ante una equivocación sin perder los estribos o desmoronarse en el intento.

Eva Millet, periodista española y autora de los libros «Hiperpaternidad e hiperhijos», analiza este fenómeno creciente en la paternidad actual, donde padres sobreprotectores, sobrepreocupados e hiperactivos, o “padres helicóptero” que sobrevuelan permanentemente a sus hijos y generan lo que ella llama “niños altar” o “hiponiños”.

En la actualidad hay una enorme confusión en cuanto a lo que es la protección de los niños, llegándose a una verdadera sobreprotección, donde “a muchos padres se les está haciendo creer que para ser buenos padres, los niños no tienen que experimentar un malestar o sufrir una contradicción o tolerar frustración alguna”.

Se considera que educar es en realidad preparar a tus hijos para que vuelen solos, darle las herramientas para que “se vayan despabilando, creciendo y generando autonomía”, algo así como la frase de nuestros abuelos de “no les des el pescado, enséñales a pescar” y que al estar encima del niño todo el día, no solo le estás sembrando el germen de la ansiedad, sino que además, los estamos incapacitando para que desarrolle una de las herramientas básicas en la vida que debemos adquirir al crecer, que es la autonomía, por lo que sobreproteger es desproteger.

Pero una cosa es observar atentamente y estar siempre bien pendientes de nuestros hijos para poder ver cómo ellos aprenden a desenvolverse en la vida, y otra muy distinta es intervenir a la primera de cambio haciendo las cosas por ellos y no con ellos.

Esta “hiperpaternidad” de padres hiperprotectores, hiperatentos y sobrepreocupados es “un estilo de crianza monstruosamente intensiva” que a largo plazo genera niños débiles o niños que se caracterizan por la baja tolerancia a la frustración, que se derrumban ante cualquier obstáculo, sencillamente porque jamás enfrentaron uno por sí solos.

Una primera recomendación es erradicar la idea de que debemos ser los animadores de nuestros hijos y entender que al evitarles emociones feas o negativas no les estamos haciendo un favor.

Si no experimentan jamás la rabia o la tristeza o la impotencia, jamás aprenderán a detectarlas en sí mismos más adelante para luego intentar controlarlas, en lugar de que éstas los dominen. Si no conocen la tristeza no saboreará la alegría.

Sólo así se generan las herramientas de autorregulación. Es más importante que el niño las experimente y que nosotros estemos ahí a su lado para enseñarle a transitarlas que intentar evitárselas.

Lo importante no es esquivarlas, sino enseñarles a afrontarlas y dominarlas. Y para eso, hay que experimentarlas primero. Hay investigaciones que demuestran que las habilidades intra e interpersonales y la inteligencia emocional tienen un peso mucho más grande que el coeficiente intelectual o nuestros conocimientos en el éxito profesional y la realización personal que tengamos como adultos.


Otra recomendación es que los padres debemos ejercitar la paciencia. Pero no la paciencia de contar hasta 10 antes de pegar un grito, sino la paciencia para darles el genuino espacio a los niños para que ensayen alternativas, se equivoquen, vuelvan a empezar, se frustren, se enojen, le den más vueltas al tema y hasta incluso para que aventuren salidas creativas que estamos convencidos de antemano que fracasarán.

Se educa con el ejemplo. Nuestra paciencia les enseña a su vez a tener paciencia y fomenta el autocontrol, el saber esperar. Seamos espejo para ellos.

Este post es una simple reflexión desde las lecturas y experiencia personal de 32 años de docencia con adolescentes.

Gracias por llegar hasta aquí y darme unos segundos de tu tiempo.

José Antonio Veiga

Psicopedagogo y profesor de ESO (aunque prefiero ser maestro).

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